
Hola amigos mi nombre es Verónica,
soy de Uruguay, América del Sur, en enero de 1999 fuí operada de
apendicitis.
Cuando me dieron todos los resultados de los exámenes me dijeron que
mi apendicitis, había sido una bendición, pues en el apéndice había
un tumor maligno, y si no hubiera tenido el ataque de apendicitis
nunca me hubiera enterado y eso hoy sería un cáncer
Se que fue un milagro y desde ese preciso momento soy devota del
PADRE PÍO, me ha ayudado mucho a mi familia y a mi, y se que nunca
nos abandonará.
Padezco además desde los 4 años de diabetes, hoy tengo 36 años y
Padre Pío me protege, y estoy sana.
Bajo su protección pongo a toda la humanidad.
Verónica
Uruguay
Enero 2008







Soy mexicana, Leticia, médico de
profesión.
Como la mayoría de los médicos un tanto escéptica en los temas de
milagros.
En el mes de julio iniciamos mi familia y yo ( mis padres, mi
hermano con retraso psicomotor y mi hija)realizamos un viaje de
vacaciones por Europa para celebrar los 50 años de casados de mis
padres.
Después de 16 días de viaje, visitando Fátima, Lourdes, París, etc.
Llegamos a Florencia y precisamente ahí se puso gravísimo mi padre.
Fue intervenido de Urgencia en tres ocasiones por una trombosis
mesentérica, presento datos de septicemia, edema agudo pulmonar,
insuficiencia respiratoria, datos de daño renal y síndrome
compartamental abdominal en el Nuevo hospédale San Giovanni di Dio
de Scandicci Italiua.
Estuvo 15 días en terapia intensiva, intubado, con sondas y
venoclisis por todos lados, con la herida abierta, etc. Al grado que
los médicos nos dijeron que las posibilidades de sobrevivir eran
menores del 5%.
Estuvimos un mes en Florencia y durante la estancia en el Hospital,
en 4 ocasiones, en los momentos más difíciles de mi familia pues era
cuando nos dijeron que lo iban a operar, que pasaba a Terapia, que
estaba muy mal y cuando se empezó a recuperar, se presento con
nosotros un viejecito, vestido de médico, siempre dándonos esperanza,
mucha confianza con unos ojos llenos de dulzura y compasión.
Diciéndonos que todo iba a estar bien, que tuviéramos mucha fe, pues
Dios estaba con mi padre, la última vez que lo vimos, salió de
Terapia Intensiva para decirnos que todo iba muy bien y que mi padre
estaba recuperándose, que ya no llorará mi mamá pues toda su familia
iba a regresar sana y salva a su páis, que era la última vez que lo
veíamos, pero que todo iba a estar bien.
Una semana antes de que fuera dado de alta mi papá, quisimos darle
las gracias al médico que nos dio aliento y esperanza en un momento
tan difícil y sobre todo, que estábamos solas, lejos de nuestro país
y cual fue nuestra sorpresa que dicho médico no trabajaba en el
hospital, al darle las características a uno de los enfermeros, se
mostró sorprendido y nos enseño una imagen del Padre Pio de
Petrelchina y cual fue nuestro asombro pues era el mismo que nos
había dado esperanza y apoyo en los momentos más difíciles.
Los médicos, se asombraron de la fuerza de voluntad y confianza de
todos nosotros en decir que mi padre iba a estar bien, pero sobre
todo, de la recuperación milagrosa de mi Padre.
Es importante mencionar que ninguno de mi familia conocía o había
escuchado hablar del Padre Pío........ ya no soy tan escéptica.........
estoy segura que el Padre Pío estuvo con nosotros, llevándonos
Esperanza y el amor de nuestro señor Jesuscristo.
Gracias a nuestra Fe, amor y unión familiar El señor estuvo con
nosotros a través de la presencia del Padre Pío.
Gracias a eso, mi Padre pudo regresar con nosotros vivo y sano a
México y gracias a eso, conocimos el Amor del Padre y aprendí que
los caminos del señor son inescrutables.
Leticia
2007







Soy
Ana
Maria Mamà de Andres y tres hijos mas.
Andrei se descompuso un miercoles al viernes se le habia pasado
la descompostura pero le seguia el dolor de cabeza. Paso el sabado y
dominco 11 y 12 de Noviwembre del 2005 acostado.
El Lunes lo lleve del oculista que le detesta un tumor detras del
ojo y recomienda que lo vea un neurologo al cual le manda un escreto
con lo que ella vio con terminos medicos.
Esa noche lo encomende al Padre Pio, el cuql se me aparece en mis
suenos estirandome las manos y andrei cuando se desperto sintio olor
a rosas.
Fuimos a rosario ciudad distante 120 KM de Galvez Argentina donde
hai mui Buenos profesionales. Despues de tacerle varios estudios
como tomografia etc.
Me dan el diagnostico "Mi hijo no tenia nada" de un dia para otro
desaparecido el tumor y ese martes se levanto sin dolor de cabeza y
al sentir el olor a rosas me pregunto¿Màmà que hiciste?
A lo que le conteste "nada"
Cuando salimos del sanatorio en Rosario me volvio a preguntar¿fue
el Padre Pio, es verdad? Le conteste que si, que habia sido un
milagro, hablo con un sacerdote amigo de el por telefono le esplico
todo y este solo le Dijo despues de escucharlo"Pio, realizzo el
milagro porque tu madre oro y pidio por vos". Mi mision en este
momento es difundir en Galvez, Provincia de Santa Fe, Repubblica
Argentina las obras milagros y vida el Padre Pio. Lleve una estatua
de el a la Iglesia y le Pedi al Sacerdote que fuera el Pio Peregrino
de Galvez para el que lo necesitara y asi es Pio va de casa en casa
del que lo necessita. Y ahora estan construyendo una capilla de la
Virgen de Guadalupe y yo me comprometti en conseguir una estatua mas
grande de Pio para colocar en esa capilla porque yo sabia que Pio
debia estar en otro lado o en la Iglesia pero un dia pasando frente
a la construccion de la capilla me deteve y ahi supe que Pio debia
estar ahi junto con la Virgen de Guadalupe que me enviara mi hijo
mayou desde Mexico donde se encuentra en este momento. Bendiciones
para todos en la lus del SEÑOR .
ANA
MARIA
Febrero 2006







Una tia cuando yo
estaba embarazada de mi primer hijo me regalo una estampa del padre
Pio. Yo hasta ese momento no sabia de quien se trataba, a ella se
la regalo una a miga que habia venido de Italia. Sinceramente mi tia
no la conservo por que no es muy apegada a la religion y no le dio
mucha importancia, pero te soy sincera en mi desde el primer momento
le tome mucho interes, la conserve conmigo todo el embarazo. Faltando
poco para dar a luz le pedi con mucha devocion saber su nombre para
rezarle a dios por el, en verdad no sucedio al momento fue al cabo
de unos dias tenia problemas con el padre de mis hijos y me aferre
mas a esa estampa pidiendole consuelo hasta que paso. En un sueno
vi su rostro soo su rostro y no gestipulava palabra pero una voz interna
que me decia que lo llame Francisco Luego al cabo de u tiempo mas
o menos un ano averigue por internet y me di con la linda sorpresa,
una prima me dijo cuando su padre enfermo y le di la estampa que se
trataba del padre Pio asi fue como empezar a averiguar y llegue a
su nombre. Espero te sirva mi historia algo mas la estampa ya no sigue
commigo al principio me entristecio hasta que comprendi que ya no
necesitaba de una estampa por que el padre Pio
espiritualmente siempre esta commigo.
Cecilia (Peru)
2006







EL
PADRE PIO DE PIETRELCINA ME HA VISITADO...
(Encuentro ocurrido el 23 de mayo de 2004 en el Hospital Clínico
de la Universidad Católica de Chile)
Mi
nombre es María Susana R. C., vivo en Santiago de Chile y tengo
38 años. Cerca del 10 de mayo empecé a sentirme enferma,
muy resfriada. No le di mayor importancia, pensando que era pasajero.
Algunos días me sentía mejor y otros francamente no
podía levantarme de la cama. Tomaba todo tipo de remedios,
pero me costaba realizar las labores domésticas y sentarme
frente al computador para trabajar en Fecunda. Por las tardes me acostaba
con el cuerpo adolorido, sufría escalofríos y tenía
un continuo dolor de cabeza, y además casi no tenía
voz. Para el día 19 de mayo todo el interior de mi boca estaba
llena de fuegos, por la fiebre constante. No podía comer ni
tragar nada. Roberto, mi marido, intentó llamar un doctor a
la casa, o conseguir hora en algún centro médico pero
era imposible, no había nada disponible.La tarde del viernes
21 de mayo comencé a empeorar , el termómetro marcaba
38dm;. Entonces Roberto decide llevarme de urgencia al Hospital Clínico
de la Universidad Católica de Chile. Dejamos a nuestros dos
hijos en casa de mis padres y ya en el hospital, viendo que mi capacidad
de oxigenación estaba bajo el límite, el médico
de urgencia decide dejarme internada un par de días, por precaución.
Aceptamos y rápidamente se iniciaron los trámites para
mi hospitalización. En la camilla me colocaron una máscara
de oxígeno y después de tomadas las radiografías
de tórax fui derivada a la sección Medicina B, quinto
piso, cama 5022, en una sala donde habían otras cuatro pacientes.
Ya de noche mi marido trae los útiles de aseo personal que
le pidieron y unos de mis libros del Padre Pío de Pietrelcina
que le encargué, el cual procuro tener siempre sobre mi cama.
Antes, Roberto me había dejado una estampita del Padre con
su novena en el número de la cama. Al examinarme los doctores
se dieron cuenta que no tenía nada de voz y que con grandes
esfuerzos contestaba a las preguntas de la ficha médica. Esa
noche me dejaron durmiendo casi sentada, siempre con oxígeno.
Las enfermeras venían a cada rato a darme alguna pastilla o
a inyectarme algún antibiótico. Al otro día,
sábado 22, me diagnosticaron neumonia y me dijeron que el germen
que había atacado se llamaba “neumococo”. Me dejaron
con suero, nada de agua, y solo una papilla de almuerzo, dadas las
lesiones que tenía dentro de mi boca. Esa tarde, mientras estoy
semi sentada leyendo el librito del Padre Pío, observo que
la joven paciente que está frente a mi cama lee atentamente
un libro. Por la conversación que sostiene con las demás
me entero de que se trata del “Código Da Vinci”,
un libro muy vendido cuyo único propósito es alejar
a las personas de Dios y de la Iglesia. Escucho como la joven intenta
convencer a las otras tres pacientes, que se declaran católicas,
que todo lo que dice el libro es verdad y me admiro de como todas
ellas le encuentran la razón. Obviamente, no puedo juzgarla,
porque eso sería querer ponerme en lugar de nuestro Padre Dios,
pero siento que es deber dar mi opinión, que no debo quedarme
callada. Entonces me quito la mascarilla y con mucho esfuerzo explico
mis ideas y desde ese momento están atentas, con mucho cariño,
a la evolución de mi salud. Cerca de las 19 hrs. tomo la estampita
del Padre Pío y empiezo a rezar su novena en mi corazón.
Le digo al Padre que ofrezco a Dios mi enfermedad y que la ofrezco
por la Iglesia, por los ataques que viene sufriendo, porque no es
escuchada. Por el Papa Juan Pablo II, porque lo quieren bajar de la
cruz, a lo que él, como ejemplo para todos los católicos,
no ha accedido. Pienso en los misioneros, ministros de comunión,
catequistas, diáconos, laicos comprometidos, en todos los que
conforman la Iglesia. También pido por las vocaciones sacerdotales
y religiosas, para que vayan floreciendo y fortaleciendo. Pido por
los sacerdotes que se han portado mal, para que enmienden su camino
y encomiendo a Dios las almas del sacerdote José Aguirre, tristemente
llamado “cura Tato” y del Obispo Cox, pero asimismo pienso
en todos los sacerdotes y Obispos del mundo que han caído en
graves faltas a la moral, porque ellos más que críticas
necesitan de nosotros oración, y penitencia. Pido por la conversión
de muchas almas, todas las que alcancen con mi poca enfermedad, entre
ellas las de mis compañeras de habitación y, por último,
pido muy cariñosamente por el proyecto de evangelización
que tenemos con mi amigo Oscar. A las 21 hrs. hago la misma novena
e insisto en pedir lo mismo, pero esta vez le digo al Padre: “Si
es necesario que yo sufra un poco más, hazlo”. A las
22.30 hrs. vuelvo a rezar la novena y como soy hija espiritual del
Padre Pío, me acuerdo que él decía, cuando estaba
acá en la tierra, que cuando alguno de sus hijos espirituales
lo necesite, que se lo diga a su propio ángel guardián
para que este le de el recado al suyo, porque se lo hará llegar.
De inmediato en mi alma invoqué a mi ángel para que
le dijera que el ofrecimiento seguía en pie y que se acordara,
que si era necesario que yo sufriera, que lo hiciera. Que le dijera
a Dios que yo estaba dispuesta a sufrir por la Iglesia... Un instante
después, mientras leo el libro, presiento que el Padre ha recibido
mi mensaje.A las 23 hrs. ya estábamos listas para dormir. Yo
dormía a ratos, pues la mascarilla de oxígeno me incomodaba.
Ya en domingo 23, pasadas las 2.20 de la madrugada, tuve deseos de
orinar y como era la única de la habitación que no podía
levantarse apreté el botón para llamar a la enfermera
de turno, que me trajo lo que necesitaba. Me quedé en vela,
no podía dormir. Estaba, como dije antes, semi sentada pero
con la cabeza mirando hacia el ventanal que tenía a la derecha.
Sobre mi cama no había nada, pero sobre la mesa estaba la ficha
médica y el libro del Padre Pío.En ese momento sentí
deseos incontenibles de confesarme, pero con los pecados más
grandes de mi vida y dije: “si soy hija espiritual del Padre
Pío, bastará con que mientras le diga mis pecados en
mi mente, pues sé que desde el cielo me va a escuchar”.
Repentinamente cambié de idea y pensé: “No, el
Padre Pío es un santo que tiene millones de seguidores en todo
el mundo, y él en vida dijo que sabía que trabajaba
mucho, pero que una vez que partiera de esta tierra trabajaría
aún más”. Entonces me consideré poco digna
de molestarlo y le dije en mi alma: “Padre, vamos a hacer una
cosa: yo pondré mi mente y tú pondrás en ella
a un sacerdote y yo me confesaré con él como si fueras
tú, porque esa es la idea, que yo me confiese bien con cualquier
sacerdote...” En eso en mi mente, quiero decir en mi imaginación
pura, aparece un confesionario de madera donde entra caminando un
sacerdote de jeans, camisa celeste, con el distintivo blanco que usan
en su cuello. El sacerdote es de unos 40 años, medio gordito,
rubio, muy blanco, con las mejillas bien rojas y de lentes que me
dice a los ojos muy serio: “cuénteme” y ahí
me lanzo a contarle todo lo que tenía dentro. Cuando termino
de confesar mi último pecado, y el que consideraba más
grave, escucho un estruendo y veo que el sacerdote abre la ventanilla
del confesionario y que con su dedo índice apunta hacia mi
izquierda...(Lo que relato a continuación, como todo lo anterior,
es verídico. Aclaro que estaba totalmente despierta y no tenía
fiebre, ni delirios, pues hacía poco me habían controlado
la temperatura y era normal y estaba tan lúcida como estoy
ahora).Como contaba anteriormente, el sacerdote en mi imaginación
apuntó hacia mi izquierda, entonces vuelvo mi cabeza y veo
aferrado a la cama, y junto a mi brazo, al mismo Padre Pío
de Pietrelcina, en carne y hueso, mirándome a los ojos con
una ternura incontenible y haciendo con su mano derecha el signo de
absolución. El Padre no era un espectro o fantasma, lo afirmo
porque ante mis ojos vi su cuerpo humano con volumen y proyectando
sombra. Una aparición jamás podría tener estas
características... Como tenía la mascarilla de oxígeno
puesta y no tenía voz, le gimo desde mi alma “Padre Pío,
Padre Pío, yo te amo... yo no te quería molestar”
y él asiente con su cabeza dos veces, sonriéndome dulcemente
como diciendo “si ya lo sé, si ya lo sé”.
Quise tocarlo, pero no lo hice por temor a que pudiera pensar que
desconfiaba de su presencia como lo hizo el apóstol Tomás
que deseaba tocar las llagas de Jesús cuando vio a nuestro
Señor Resucitado. También quise abrazarlo, pero me sentí
totalmente indigna. Yo miraba al Padre y me sentía amada como
nunca nadie me amó en la vida. El Padre Pío vestía
su hábito de fraile capuchino y estaba con la capucha puesta,
todo de color café. Su figura tenía la belleza del cielo.
Se veía grande y fuerte, de espalda imponente, y de unos 60
años. Su presencia lo llenaba todo. Capté que también
había otra persona a los pies de la cama, pero no quise ver
quien era, pues sólo quería seguir mirándolo
a él. Por encima de su cabeza vi que el reloj negro que está
sobre la puerta de la sala señalaba las 2.50 de la madrugada.
Luego, espontáneamente, en un gesto muy suave se inclina sobre
mi frente y me da el beso más tierno que alguien en el mundo
pudiera recibir. Yo era allí una niñita besada por su
abuelito querendón. Embargada de emoción sentí
como sus labios se posaban de una manera extremada e infinitamente
dulce sobre mi frente durante varios segundos. Disfruté la
textura y la calidez de ellos y en ese instante me sentí amada,
amada, profundamente amada, tanto que se me confundió el amor
de él, el Padre Pío, con el Amor de nuestro Padre Dios.
Mi corazón estaba en blanco y sentí como el Padre susurraba
en mi alma: “Vine porque yo quise, porque yo te he amado desde
toda la vida, hija mía”. Esta frase quedó grabada
con fuego en mi memoria...Enseguida me saca la mascarilla y siento
su perfume de flores, que yo ya conocía, y pone su mano izquierda
en mi pecho y su mano derecha en mi espalda. Toda la palma de la mano
toca la piel de mi espalda, pues la camisa de dormir que me pusieron
tiene muy sueltas las amarras detrás. Percibo que su mano es
grande, cálida y segura y no siento que tenga los estigmas
por los cuales fue tan conocido. El Padre Pío no era un muerto,
pues las manos de un difunto son heladas. Si sus manos estaban tibias,
era porque dentro de ellas corría sangre en sus venas. ¡El
Padre Pío estaba allí vivo, porque CRISTO RESUCITADO
estaba en él !...
¡Que maravilla entender ese mensaje subliminal y trascendente!
Con sus manos me revelaba que CRISTO SI HABÍA VENCIDO A LA
MUERTE... ¡HABIA TRIUNFADO! y me lo había venido a decir
personalmente, no con palabras, sino con detalles, porque todos mis
sentidos los tenía al alerta máximo... y como me conoce
sabía que iba a comprenderlo todo... por eso me sonreía
tan feliz siempre...Después el Padre eleva con una liviandad
inusitada mi cuerpo verticalmente hacia el techo con la velocidad
de un rayo pero con la cara mirando hacia el cielo y me deja suspendida
unos 3 o 4 segundos con los brazos abiertos en posición de
cruz. Luego al bajarme, con mucha suavidad y lentitud, logro ver toda
la habitación y a mis compañeras que siguen durmiendo.
Finalmente al descender a la cama mi rostro entero queda mirando hacia
abajo. Mi cuerpo es toda una esponja. Entonces su mano derecha se
carga suavemente sobre mi espalda y siento que el Padre Pío
está inclinado sobre mí y escucho hasta su respiración.
Me dice muy cerca del oído con voz grave pero serena unas palabras
en italiano, para explicarme lo que está haciendo conmigo.
De estas palabras sólo puedo recordar que la primera era algo
así como “acosto”. De las siguientes no me acuerdo
pero traduzco como “hacia el otro lado” y percibo que
todo mi tórax comienza a inflarse desde abajo hacia arriba
con un aire muy tibio pero agradable en cosa de segundos.Mi corazón
estaba como un papel en blanco que recibía palabras generosas.
Entonces en mi alma escucho una voz que dice: “Estoy muy complacido
porque no has pedido nada para ti y acepto todo tu ofrecimiento. Vas
a sufrir un poco, pero esto es momentáneo y nunca más
lo vas a tener”. Luego, me anima a confiar plenamente en El,
y me revela detalles hermosos sobre el trabajo que estamos haciendo
con Oscar. Luego el Padre Pío vuelve suavemente mi cuerpo hacia
atrás y por instinto vuelvo mi mirada hacia la izquierda y
observo como su rostro sigue al mío, con sus ojos puestos en
mis ojos, mientras dice las mismas palabras en italiano que antes
he tratado describir y veo admirada como en la zona de mi pecho, que
va de hombro a hombro, empiezan a burbujear dentro de mi piel unas
pelotitas de aire caliente como de unos tres centímetros de
diámetro. Las toco con mis dedos una a una y observo como se
deslizan de un lado para otro. No me duelen y las siento muy agradables.
Todo este movimiento de burbujas dura como un minuto, mientras alabo
a Dios reconociendo que sólo El puede hacer estas maravillas.
Enseguida vuelvo mi cuerpo hacia el Padre Pío, que sigue mirándome
con ternura. El, que a veces era definido como hosco, estaba frente
a mí derritiéndose de una ternura irrefrenable. Entonces
observo como todo el fondo que está detrás del Padre
Pío se tiñe del mismo color café de su hábito
y que aparecen infinitas estrellas. El Padre queda sobre este fondo
y tras de él una luz cálida enmarca su figura. En ese
instante escucho un coro de ángeles que cantan alabanzas a
Dios, pero no veo a ninguno. Era una música espléndida,
celestial, sólo voces de ángeles. Al terminar la música
el Padre me dice sin mover los labios, pero mirándome fijamente
a los ojos: “Susana: Para ti se acabó el tiempo de los
hombres, ahora vienen los tiempos de Dios”. El Padre me dijo
esto porque veía en mi alma el deseo de irme con él.
Sin duda no quería llevarme si yo no tenía mi maleta
bien preparada.(He comprendido, posteriormente, gracias a un fraile
capuchino, que estas palabras son un mensaje tanto para mí
como para todos los demás: La santidad si es posible y el cielo
nos espera, pero para entrar en él debemos dejar atrás
los placeres mundanos. Debemos abandonar el materialismo y el consumismo,
la búsqueda del prestigio, del éxito y la fama, el desorden
sexual. Sólo de esta manera tendremos la libertad para vivir
en la sencillez que Dios nos regala, con la confianza plena en la
divina providencia).Entendiendo que el Padre se marcha vuelvo mi cuerpo
completamente de espaldas y elevo desesperada mis manos hacia el cielo
clamando y suplicando repetidamente desde el interior de mi alma:
“¡Padre Pío, Padre Pío, no te vayas!”.
Me siento en la cama y comienzo a toser fuertemente y veo que a los
pies de la cama hay una religiosa enfermera de unos 60 a 70 años,
que lleva un delantal blanco, que no es de esta época, que
su camisa es blanca y el cuello de dos puntas está abotonado
hasta arriba. Su toca también es blanca y en el borde que toca
la frente alcanzo a contar tres líneas azules, las vuelvo a
contar y ahora parecen cuatro. Ella me queda mirando con calma unos
tres minutos como esperando a que me reestablezca y luego de mirarme
bien a los ojos desaparece. Otra vez miro el reloj y son las 3.10
de la madrugada. El Padre Pío debe haber estado a mi lado unos
quince minutos, pero a mí me parecen menos... es indudable
que el tiempo de Dios, es diferente al de los hombres.Después
de este hecho quedé totalmente en vela, con el alma eufórica.
¿Quién podría dormir después de semejante
visita?. Me doy cuenta que la mascarilla de oxígeno está
sobre mi cama y me la coloco enseguida antes de que entre una enfermera
y lo note. Comienzo a pensar que fue extraño que nadie hubiese
entrado mientras estaba el Padre Pío cuando lo único
que deseaba es que mis compañeras de sala se hubieran despertado
para que hubiesen visto por sí mismas la maravilla que Dios
había permitido. Entre esa hora y las seis de la mañana,
que es cuando llegan las enfermeras, el tiempo se me pasó volando.
En ese lapso alabé a Dios Padre por haberme dado la gracia
de recibir la visita del Padre Pío, por todas sus palabras,
que sentí como mensaje del Creador. Lloré de emoción
recordando una y otra vez el beso que me dio, porque el beso no era
necesario y él quería dármelo y no me sentía
digna de recibirlo. También pensé en que el Padre Pío
me había hecho ocupar casi todos los sentidos: la vista, porque
lo vi; el olfato, porque sentí su perfume de flores; el oído,
porque escuché sus palabras en italiano y el coro de ángeles,
y el tacto porque sus labios besaron mi frente y sus manos tocaron
mi cuerpo... Es raro, medité... sólo me faltó
el sentido del gusto... pero claro, concluí, acá el
sentido del gusto no tiene mucho que hacer...A las seis de la mañana,
cuando vienen a despertar a todas las pacientes mi corazón
está muy feliz, pues sé que si Dios Padre, por intermedio
del Padre Pío, ha aceptado mi ofrecimiento también irá
concediendo de a poco lo que le he pedido... pero también sé
que no es bueno contar de inmediato lo ocurrido. Vengo conociendo
a las pacientes, a las enfermeras y a los médicos... ¿Quién
podría creerme de buenas a primeras? Cuando las auxiliares
se disponían a bañarme en la cama, me tapé de
manera decidida la frente con las manos. No podía permitir
que borraran el lugar donde el Padre me había besado.A mediodía
llega la Hermana Celite María, una religiosa de la Congregación
de Hermanas Ministras de los Enfermos de San Camilo a dar la comunión
y le pido muy contenta que me la dé. Rezamos, me leyó
las lecturas de ese día domingo. Mi alma está feliz,
feliz... me siento otra, el Padre Pío me ha confesado en la
noche, y me ha manifestado su profunda ternura y ahora puedo recibir
a Jesús ¿qué más puedo pedir?. Cuando
la Hermana toma la hostia para llevarla a mi boca veo que a una distancia
de unos 15 centímetros de mis labios el Cuerpo de Cristo se
ilumina y lo recibo como nunca lo he hecho. La hostia venía
tan delgadita y ahora dentro de mi boca era inmensa, gordita, viva.
Allí, mediante el Espíritu Santo, entiendo el mensaje
profundo del Padre Pío: Está bien, él me visitó
y ha ocupado 4 de mis 5 sentidos: lo he visto, lo he oído,
he olido su perfume y he tenido contacto con sus labios y con la piel
de sus manos. Es cierto, esto es importante, pero ahora que recibo
la hostia en mi boca y he usado el último sentido que me faltaba,
el sentido del gusto, no debo olvidar nunca que lo esencial, que lo
más importante es el Cuerpo de Cristo RESUCITADO. Ahí
está TODO, ahí está toda la VERDAD, es la guinda
que corona la torta, no el pastel, y me acuerdo con emoción
que cuando el Padre Pío celebraba la Eucaristía, no
demoraba una hora como regularmente se usa sino dos horas o más,
pues cuando consagraba el Cuerpo de Cristo, extasiado lo mantenía
levantado entre sus dedos por lo menos una hora en completo silencio
ante la ferviente mirada de los feligreses que asistían a su
misa... Esto me llena de ternura pues mi amado Padre Pío no
sólo ha escuchado mi confesión, se ha alegrado con mi
ofrecimiento y me ha manifestado su inmenso amor: él ha hecho
una catequesis conmigo que he comprendido perfectamente...
Al terminar el sacramento cuento a la Hermana Celite con mi poca voz
lo que he vivido en la noche desde mi ofrecimiento... Ella muy emocionada
bendice a Dios y me dice que he dado en el clavo pues me cuenta que
cuando el Padre Pío estaba en la tierra la Iglesia sufría
las mismas críticas de hoy y también existían
sacerdotes que actuaban mal, todo lo cual lo hizo sufrir mucho. Me
asegura que el Padre Pío debe haber estado muy contento con
lo que ofrecí y pedí y me dice algo así: "Faltan
religiosas con la fe que usted tiene". Así nos despedimos
contentas y cómplices de lo sucedido.En la tarde me visitan
mi marido y mi papá. Estoy ansiosa por contarles, pero mi voz
es muy débil. Entonces pido un lápiz y un papelito donde
les escribo: “hoy, 10 para las 3 de la mañana vino el
P. Pio”. Roberto y mi papá se quedan perplejos, saben
que no inventaría una cosa así porque me conocen, y
como puedo les digo que era el Padre en carne y hueso. Mi papá
nota que me emociono mucho y que eso me fatiga y acariciándome
la cabeza me dice al oído que sabe que es cierto pero que es
mejor que le cuente los detalles otro día y la conversación
cambia de giro, pues no desean agitarme más. Después
del horario de visita mi respiración se debilita y la fiebre
comienza a subir. Las enfermeras se inquietan, no pueden darme ni
agua ni comida, sólo un palito envuelto en gasa húmeda
en los labios. Me suministran paracetamol y me inyectan muchos antibióticos,
pero estoy tranquila y feliz, no tengo de que preocuparme pues el
Padre Pío ya me había augurado que esto sería
momentáneo y que nunca más lo iba a tener. El resto
de la tarde permanezco semi sentada, así puedo respirar un
poco mejor. Mientras, en forma alternada, leo tranquilamente mi libro
del Padre Pío y rezo a Jesús cuando lo contemplo en
el crucifijo que está colgado en la pared de la puerta. Me
doy cuenta que mis compañeras me observan con mucho respeto.
Ya de noche una enfermera me comenta que para lo mal que estoy está
sorprendida de verme tan serena y con tan buen ánimo. En la
madrugada me cambian dos veces el camisón y las sábanas
pues la fiebre me hace mojar todo. Por supuesto que cuido de no contar
nada de lo sucedido, pues pensarían que estoy delirando.Al
otro día, el lunes 24, como a las 9.30 de la mañana
sufro una crisis respiratoria. El doctor J. C. F., que está
examinando a una compañera, corre a asistirme y llama al doctor
G. E. que es el encargado de la habitación y le dice que me
ve mal, que respiro poco y que tengo taquicardia. Los antibióticos
que me dan de manera repetitiva no parecen hacerme efecto. El doctor
G. E. ordena que traigan inmediatamente una máquina de radiografía
portátil pues ya no estoy en condiciones de moverme. Me toman
una radiografía de tórax cerca de las 10 de la mañana.
El doctor G. E. trae al doctor M. A. que es el Jefe de la Unidad de
Tratamiento Intensivo, y juntos ven la radiografía reciente.
Diagnóstico: “Neumonia grave e insuficiencia respiratoria
aguda”. Me dicen que tengo un pulmón colapsado y en mi
interior pienso que están equivocados pues cuando el Padre
Pío apoyó su mano en mi espalda la sensación
de aire tibio abarcó todo mi tórax, ambos pulmones y
las burbujas de aire caliente que me toqué iban de hombro a
hombro.El doctor M. A. me examina y me encuentra muy mal. Comenta
al grupo de médicos que ha llegado junto a mi cama que esta
neumonia es rarísima y que es la más grande y completa
que se pueda tener y acercándose a mí me dice con suavidad
algo así: “Mira, te vamos a trasladar a la UTI, estás
respirando al mínimo, así es que tendremos que darte
respiración mecánica mediante un tubo que pondremos
en tu boca, pero no vas a sufrir nada, porque te vamos a sedar. Confía
en nosotros, estaremos siempre a tu lado, allí estarás
conectada a un monitor que automáticamente te suministrará
todo lo que necesites. Tendrás la mejor atención, no
tengas miedo”. Enseguida dieron aviso a mi marido de la decisión
tomada.Yo estaba tranquila, si el Padre Pío ya me había
dicho que iba a sufrir un poco, que esto sería momentáneo
y que nunca más lo iba a tener ¿para que tenía
que preocuparme? Dios está por encima de todo. En el fondo
no me sentía tan mal como los médicos decían
que estaba. Las enfermeras estaban preocupadas porque no se desocupaba
ninguna cama en la UTI y junto a mis compañeras de sala estaban
atentas a todos mis movimientos. Me habían subido el nivel
de oxígeno mientras esperaba el cupo en la UTI, que sólo
se hizo posible a eso de las cuatro de la tarde donde me llevaron
más que volando. Un rato antes guardaron todas las cosas que
yo no necesitaría en la UTI para dejar sólo los útiles
de aseo. Rogué que me dejaran llevar el libro del Padre Pío,
a lo que accedieron creo que por lástima.Al llegar a la UTI,
me conectaron rápidamente al monitor y me inyectaron todo lo
necesario y me tomaron nuevos exámenes de sangre. Ahora estaba
bajo el cuidado del doctor G. R. Otro médico descubrió
que el germen que me había atacado no era “neumococo”,
como se pensaba al principio, sino que era otro germen de la colonia
llamado “micoplasma”. Lo sucedido es que todo el comportamiento
de mi cuadro correspondía a “neumococo” y era la
primera vez que veían que “micoplasma” se comportaba
así, lo que para ellos era toda una revelación. Con
esto piensan que podrán darme el tratamiento médico
adecuado.El doctor M. A. observó nuevamente la radiografía
donde salía el pulmón afectado. Hice señas al
doctor G. R. y le dije: “Son los dos pulmones”. Seriamente
sorprendido me pregunta:“¿Cómo lo sabe?”.
Cómo no podía explicarle lo del Padre Pío no
hallé nada mejor que responderle: “intuición femenina”...
lo que ahora me causa un poco de risa por lo disparatado que debe
haberle parecido. Ni todos los médicos auscultándome
podían saberlo, eso sólo aparece en las radiografías.En
la tarde vino Roberto, lo vi realmente angustiado. Llorando me pedía
que no lo dejara. Con lo poco que tenía de voz traté
de calmarlo pues el Padre Pío me había dicho que esto
sería breve, pero mi marido pensaba que el Padre había
venido para llevarme con él. No pude convencerlo, finalmente
salió muy triste de la corta visita.El día martes 25
el doctor G. E. viene a visitarme, se notaba inquieto. Los medicamentos
no parecen resultar tan efectivos. Cerca de las dos de la tarde el
doctor M. A. ordena tomar una nueva radiografía de tórax.
Con la placa en mano comenta a otro grupo de médicos que esta
neumonia es tan grande y grave que es como para traer a toda la Facultad
de Medicina a conocer una neumonia de verdad, que es rarísimo
encontrar un caso así y explica a todos y a mí, que
tengo clavados los ojos en él, que generalmente esta enfermedad
trae uno o dos cuadros asociados pero que yo los tengo todos y en
el grado máximo y me dice muy serio con la mano en su barbilla:
“¡Como viniste a tomarte una neumonia así! esto
está recién empezando. Vas a estar por lo menos cuatro
semanas acá en la UTI” y adiviné por su mirada
y sus gestos que estaba muy preocupado, tal vez temiendo un desenlace
fatal.Pero insisto en que estaba totalmente tranquila... me sentía
dulcemente acompañada por la promesa del Padre Pío,
además estaba el libro que no soltaba nunca y en cuya portada
aparece su rostro tal como lo vi en la madrugada del domingo. Debo
admitir que ese día fue cuando me sentí más mal.
Esa noche me pusieron un termonebulizador, que es una mascarilla de
oxígeno y otras cosas que funciona a toda presión. Como
dato anecdótico debo contar que ese día se cumplía
un aniversario más de la fecha en que nació el Padre
Pío: 25 de mayo de 1887. Ahora pienso que él deseaba
como regalo de cumpleaños que ofreciera mi enfermedad a nuestro
Padre Dios.A las 9 de la mañana del miércoles 26 ordenaron
una nueva radiografía de tórax. El doctor M.A. la vio
en la pantalla de radiografías que estaba cerca de mi cama
junto a un equipo médico, entre los que se hallaba el doctor
G. R. La radiografía evidenciaba que, efectivamente, estaban
colapsados ambos pulmones por lo que el doctor G. R. me miró
asombrado porque yo ya se lo había dicho, que no era uno, sino
los dos pulmones afectados. Observo que se sienta en un rincón
de la sala y que me mira por un momento muy extrañado. A mediodía
ya estaba respondiendo mejor al tratamiento médico. Con la
ayuda de un kinesiólogo ya pude sentarme en un sillón
para hacer ejercicios un poco más complicados, pero siempre
con mascarilla de oxígeno y con mucha ayuda, pues mis piernas
aún estaban débiles y los movimientos de mi cuerpo seguían
torpes.En la tarde Roberto me cuenta que han llamado varias personas
preocupadas por mí, que han venido hasta la UTI, que no las
han dejado entrar y que toda la Comunidad del Aire del ¡Duc
in Altum! está enterada de mi enfermedad, y que todos están
orando al Padre Pío por mí. Que Leonardo Caro, el otro
conductor de ¡Duc in Altum! lo ha llamado varias veces y que
tiene a toda su Comunidad del Camino Neocatecumenal orando y que ha
pedido misas por mi recuperación. Además me tienen incluida
en el Rezo del Rosario de Radio María. Desde el día
que llegué a la UTI observé una gran rotación
de kinesiólogos que vinieron a visitarme. Deben haber sido
unos diez. De los que me atendieron hubo una, Oriana Molina, con la
cual parecía que los ejercicios para mis pulmones resultaban
mejor y no quedaba tan fatigada después de hacerlos. Siempre
estuve consciente y tranquila, tratando de ser lo más colaboradora
posible. Siempre hablaba con los kinesiólogos, con las auxiliares
y dormía bastante poco, lo que extrañaba mucho a los
médicos y a las enfermeras, pues al parecer esperaban que estuviera
inconsciente. Me daba cuenta que les parecía raro un comportamiento
tan sereno y confiado. Debo admitir que amé esta enfermedad.
Por si fuera poco la madrugada del jueves 27 me vino un ataque de
risa con mascarilla, suero, pinchazos y todo, pues a mi derecha había
llegado una abuelita de 92 años, que hacía correr mucho
a los médicos y a las enfermeras pidiendo que le trajeran los
papeles, que se les iban a perder. Todos corrían tomando cualquier
papel, corcheteándolo delante de sus ojos para dejarla tranquila,
lo que me causaba mucha gracia. Los médicos de turno se tomaban
la cabeza mirándome y se decían: “¡Y se
está riendo todavía!” Parece que se esperaba que
como estaba oxigenando poco, yo debía estar medio muerta o
algo así.La mañana de ese jueves 27 vino a examinarme
el experto broncopulmonar de la UTI, el doctor F. S., que se sorprende
de mi mejoría y me dice que en unas horas más volverá
a visitarme y que si me encuentra un poco mejor me enviará
a la Unidad de Cuidados Intermedios, pues todavía no estoy
en condiciones de irme al quinto piso, desde donde llegué,
pues aún necesito cuidados especiales.El doctor G. R. se siente
muy orgulloso de ser él quien en la UTI está a cargo
de mi caso y la evolución de mi tratamiento. Como le tomé
cariño por su humildad y su afectuosa dedicación decido
contarle algo de lo sucedido. Le digo, a modo de secreto y en forma
breve, indicándole el libro: “Es el Padre Pío,
le ofrecí mi enfermedad y él junto a ustedes ha colaborado
en esta recuperación”. Me mira muy sorprendido por lo
que escucha y pienso que me cree por lo insólito de la rapidez
con que evoluciono. A mediodía vuelve a visitarme el doctor
F. S. que me examina y dice: “¡Pero es que no puede ser!
¡Tú estás para que te envíe al quinto piso!
Ya no es necesario que vayas a cuidados intermedios”. Todos
están contentos y asombrados. De inmediato hacen las gestiones
para devolverme al quinto piso. Esta vez llego a la cama 5043, cuya
sala queda cerca de la cual donde fui visitada por el Padre Pío.
A esta alturas recibo con mucho agrado y plenitud todos los designios
de Dios... El Padre Pío ha cumplido, la enfermedad fue momentánea
y sufrí muy poco.Esa tarde recibo la visita de la kinesióloga
Oriana Molina y le cuento lo sucedido con el Padre Pío. Ella
sonríe y me dice que también es devota de él
y compruebo que en su presencia desde la UTI, todos los ejercicios
me resultan más fáciles y menos extenuantes que con
los demás kinesiólogos. Cuando camino por los pasillos
aferrada a ella, que lleva mi tubo de oxígeno, mis débiles
piernas pueden pisar mejor. Me emociono mucho por el gran regalo que
me ha hecho el Padre: esta kinesióloga de la cual me he hecho
muy amiga y de la cual aprendo mucho con su propio y admirable testimonio
de fe. Es una bendición haberla conocido. Su afecto y preocupación
para conmigo me asombra. Ella concurrió a la UTI a verme porque
un colega le dijo: “Hay una chica en la UTI que está
gravísima, está muy mal y pensamos que ya no la vamos
a poder sacar adelante. Te suplico que me ayudes”. Oriana solicitó
mi ficha médica y conmovida fue a ayudarme...La mañana
del viernes 28 de mayo desde muy temprano me sorprende la visita de
médicos y enfermeras que me examinan y observan admirados.
Recibí la alegre visita del doctor G. R. que muy ansioso me
dice “¿Le puedo pedir algo? Si alguien le pregunta quien
estuvo a cargo de usted en la UTI, por favor dígale que fui
yo”. Después entra el doctor G. E. con varios médicos,
entre ellos uno a mi parecer docente en la Escuela de Medicina en
la UC, y le dice señalándome como trofeo mientras estoy
sentada recibiendo el nebulizador: “Ella ha tenido una recuperación
asombrosa, que yo no me la explico”. Enseguida le explica mi
diagnóstico y le cuenta como admirablemente he permanecido
en la UTI sólo tres días, hecho totalmente insólito
dada la gravedad de mi condición. Así, esa mañana,
escucho sólo comentarios de este tipo.A mediodía pido
ayuda a una enfermera para llegar al baño de la sala porque
deseo ducharme. Le ruego que me deje sola, que conectada al tubo de
oxígeno y sentada en un piso bajo la ducha podré hacerlo
sin problema. La enfermera asiente sólo bajo la promesa que
tocaré el timbre de emergencia si me pasa algo. Dentro del
baño y siempre conectada al tubo me siento y abro la llave
de la ducha. Es cuando comienzo a llorar como una Magdalena, pues
recién dimensiono la gravedad de la enfermedad que yo sentía
sólo como un resfriado muy fuerte y doy gracias infinitas a
Dios por todo lo que me regala y me quita a diario y al Padre Pío
por haberme hecho promesas tan dulces sin haberlas pedido. Comprendí
que Dios había aceptado mi enfermedad por la Iglesia, las vocaciones
sacerdotales y religiosas, por el arrepentimiento de los sacerdotes
que se han portado mal, por las conversiones de muchas personas y
por el trabajo de evangelización al que estamos abocados con
Oscar Silva. Doy gracias porque ante mi completa confianza, el Padre
Pío amorosamente me había vaticinado que sufriría
un poco, que sería momentáneo y que nunca más
volvería a tener esta enfermedad y por si fuera poco me revelaría
detalles de mi trabajo con Oscar. Yo, punto indigno, había
llegado al corazón de nuestro Padre Dios. Entonces recuerdo
con mucha emoción que el Padre Pío decía que
lo apenaba que todos le pidieran que les quitara la cruz de encima:
una enfermedad, una cesantía, un problema, etc. y que nadie
le solicitase que le enseñara a llevar esa cruz y comprendo
que si él me miraba tan radiante de felicidad, era no sólo
porque no le había pedido que me quitara la cruz, sino que
le había pedido que me la hiciera aún más pesada,
a causa de toda la Iglesia, lo mismo que él había pedido
a Cristo...En la tarde me fue a visitar el doctor F. S. que me dice
textualmente: “Llama la atención la intensidad de tu
neumonia... Si te digo que estuviste grave ¿tú sabes
a lo que yo llamo grave?”. Me examina y sorprendido me dice
que estoy mejor. Le digo, siempre con mascarilla: “Es que yo
tengo un secretito” y me dice: “a ver, cuéntame”
y le relato en forma breve lo sucedido. A lo que me responde: “Te
creo absolutamente todo”. Entonces le hablo que el Padre Pío
decía que la ciencia y la fe son hermanas, que si él
me vino a enfermar, él también iba a disponer los médicos
y la tecnología necesaria para sanarme, a lo que el doctor
me contesta: “Eso es algo que nunca te voy a discutir, porque
sé que es así”. Antes de irse me pide que una
vez fuera del hospital me controle sólo con él.Desde
la visita del Padre Pío, recibí muchos regalitos de
él que me alegraban el alma, pero que no quiero detallar, por
lo extenso que ya resulta este testimonio. También me enviaron
regalitos el Padre Hurtado y Mario Hiriart, a los que también
fui encomendada. Nunca me faltó el sacerdote, la religiosa
o ministra de comunión que diariamente me proporcionaba oraciones,
la lectura del Evangelio y el Cuerpo de Cristo. Todos ellos supieron
de este milagro y todos se emocionaron hasta las lágrimas.
El primer sacerdote al que conté este hecho estaba tan conmovido
con mi pedido que me dijo algo así: “Nosotros, la mayoría
de los sacerdotes, nos esforzamos tanto por todas las personas, las
asistimos, rezamos por ellas pero nadie ora por nosotros, sólo
nos critican. ¡Le agradezco tanto que haya pedido al Padre Pío
por nosotros! El es el modelo de sacerdote al que aspiramos y ahora
tengo la certeza que gracias a lo que usted ofreció y a la
visita del Padre Pío que él está intercediendo
por nosotros, los sacerdotes”.En la mañana del sábado
29 se aprecia el avance de mi recuperación. Puedo alimentarme
mejor y han ido subiendo la cantidad de agua para beber. Dado el colapso
que sufrieron mis pulmones es peligroso que me descongestione fuertemente.
A mediodía caminamos con Oriana por los pasillos, esta vez
sin oxígeno, lo que era toda una osadía, ya que mi saturación,
o grado de oxigenación de mi cuerpo, marcaba 90, el límite.
El doctor G. E. me vio caminar apoyada en Oriana, sin oxígeno,
y casi se le salieron los ojos. Preocupado y asombrado exclamó
“¿Y sin oxígeno?” y no me quitó la
vista de encima mientras estuve en el pasillo. A la vuelta no estaba
oxigenando tanto más del límite, pero sin embargo no
me había cansado, lo que ya era harto. El médico, en
una visita posterior ese día me dice, de seguir así,
me dará de alta el lunes.A mediodía llega a la habitación
una nueva paciente. Me entero que es religiosa y que se llama María
Felicia Lucero Orellana. Le dicen “Hermana Lucero”. Trabaja
en la Parroquia San Pedro de Las Condes, donde coincidentemente Oscar
es catequista. Ella tiene cáncer y ha sido intervenida más
de 30 veces. Me parece un alma heroica de Dios y me pregunto ¿Cómo
puede resistir tanto? Me decido a hablar con ella y le digo que conozco
a Oscar Silva, lo que la pone muy contenta y desde allí nuestra
conversación fluye en forma muy natural. Para animarla le comento
la visita del Padre Pío, que ella cuenta a su familia, sus
tres hermanas, cuando vienen a visitarla. Al despedirse ellas se acercan
a saludarme y a pedirme que ruegue al Padre Pío por la recuperación
de su hermana. Me enternece como sin conocerme no dudan nunca de mi
relato. Se palpa que tienen una fe inmensa en Dios y por eso las recuerdo
con mucho respeto.Por la tarde Oriana me lleva a conocer el lugar
donde falleció el Padre Alberto Hurtado. La habitación
ya no existe, pues el sector fue remodelado hace años y nadie
tuvo la visión de que este gran sacerdote chileno sería
llevado a los altares. Para consuelo, o desagravio, pusieron en la
pared del lugar un gran retrato del Padre. Oré con mucho cariño
ante él, pues me ha acompañado en varias situaciones
y en esta también.El domingo 30 ya puedo caminar mejor y me
ejercito en la habitación. Ese día recibí la
visita de mi marido, mi mamá y mis dos hijitos. Mi madre estaba
emocionadísima con el relato.El lunes 31, mando a decir a Roberto
que me traiga la máquina fotográfica, pues en algún
minuto deseo retratar la cama donde fui visitada por el Padre y me
gustaría tomar el espacio exacto donde él estuvo de
pie a mi lado. Me imagino que talvez tendré que pedir a alguien
que lo haga por mí, aunque en realidad preferiría hacerlo
yo misma pues ¿quién retrataría con más
cariño aquel espacio santo? A mediodía, luego de otra
caminata, el doctor G. E. ordena otro test de saturación. Marca
89, así es que no me da el alta. Pienso que es razonable esperar
un poco, además estoy convencida que Dios lo quiere así
porque algo me depara... no tengo dudas, soy un barquito de papel
en el océano que sólo debe confiar en nuestro Padre...
Si hago un recuento de mi vida, veo que Dios ha hecho mi historia
maravillosamente, así es que confío plenamente. Pienso
que a lo mejor el Padre Pío me ha otorgado un día más
en el hospital para tomar la fotografía que tanto deseo...
Mi amado Padre Pío parece escuchar hasta mis caprichos...Esa
tarde salgo a caminar con otro kinesiólogo y lo hago sin oxígeno.
De regreso a mi sala observo que las enfermeras están sacando
mis cosas y mi cama. Me explican que una paciente de la sala ha dado
positivo el test de influenza, por lo que deben trasladar al resto
y aislar la habitación. Veo sorprendida que me llevan a la
misma sala donde me visitó el Padre Pío días
atrás y me ubican frente y en diagonal a la cama 5022. Con
culpable alegría sospecho que podré tomar la fotografía
en la misma posición que había deseado. Eso sí,
debo hacerlo de manera respetuosa para no tomar la imagen con la paciente
sobre la cama. Esa noche, la joven de la cama 5022 va al baño
y allí aprovecho de tomar un par de fotografías de la
cama que parece estar igual que cuando recibí la visita del
Padre Pío, a quien agradezco de corazón el permitirme
este capricho.Fui dada de alta el martes 1 de junio. Ya en mi casa,
relato a Oscar y a Pía, su señora, todo lo ocurrido.
Oscar me explica que el Padre Pío me visitó para enfermarme
de gravedad, para llevarme a la cruz de Cristo cuando impuso sus manos
en mi cuerpo y pienso que puede ser cierto lo que dice.El viernes
4 de junio fui a controlarme con el doctor F. S. Se extrañó
de verme tan pronto y con tan buen semblante, Después de examinarme
me dice que me encuentra tan bien que ya no necesitaré de un
control semanal. Ahora espera verme dentro de tres semanas, con unos
nuevos exámenes y una última radiografía. Me
comenta, entre otras cosas, que le sorprende mi enfermedad, pues según
comenta: “nadie llega a la UTI por una neumonía. Nosotros,
los médicos broncopulmonares, tratamos las neumonias en forma
ambulatoria”. Me dice que además le parece extraño
que una mujer sana, joven y sin antecedentes pulmonares se haya enfermado
así, y es extraño también que me haya recuperado
tan rápidamente.Ahora sé que mis radiografías
son muy valiosas, pues son la garantía de que durante mi estadía
en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, un
hecho maravilloso ha ocurrido. Días después del alta,
con toda la angustia vivida, mi marido se enfermó y tuvimos
que llamar a la casa a un médico broncopulmonar. Vino el doctor
Ramón Viñals. Le contamos de mi neumonia grave y que
en tres días había salido de la UTI a la sala general.
Escéptico me pidió las radiografías para verlas
a contraluz en el ventanal del living, y consternado me dijo: “¿Y
usted pasó por todo esto y ahora está aquí viva
al lado mío? ¡Pero esto se ve clarísimo en las
radiografías! ¡Es demasiado grande!... nunca había
visto algo así, por favor cuénteme...” Eso hice,
le conté a grandes rasgos que soy devota del Padre Pío,
que le ofrecí mi enfermedad, que vino a visitarme, que me agravé
y que me recuperé rápidamente. Muy emocionado me dijo:
“Usted debe seguir siendo devota del Padre Pío, usted
si es escuchada por él. Por favor pídale por todas las
cosas malas que están pasando en el mundo, se necesita mucho”
y salió de la casa muy pensativo y descolocado.Posteriormente
me he enterado que en mi ficha médica, que aún está
en el Hospital Clínico, aparecen varios signos de interrogación
que pueden deberse a que ciertos detalles no tienen explicación.
Pero yo si la tengo. Mi teoría a estas alturas, muy personal,
es la siguiente: El Padre Pío debe haberle dicho a Dios la
noche de ese sábado 22 de mayo que ha recibido, como siempre,
muchos pedidos pero que hay alguien acá abajo que ha ofrecido
su enfermedad por la Iglesia, por los sacerdotes, las vocaciones religiosas
y por las conversiones. Dios debe haberle preguntado que tan grave
era la enfermedad y el Padre Pío posiblemente le haya contestado:
“no es mucho, pero si la agravamos un poco nos puede servir.
Si la visito y si yo mismo se lo digo ella estará feliz de
colaborar...”El 9 de julio, el doctor F. S. me ha examinado
y ha visto el informe y la última radiografía tomada
hace dos días. La enfermedad ha desaparecido por completo y
mis pulmones están absolutamente sanos, sin indicio alguno
de la neumonia. Como había llevado todas las radiografías
le pedí que me explicara aquella donde evidenciaba la gravedad
de la enfermedad. El doctor la puso en la pantalla de luz, junto a
la más reciente y me dijo muy asombrado: “¡Nadie
podría creer que pertenecen a la misma persona!”. Después
de explicarme en forma muy simple las diferencias entre ellas me las
pidió prestadas para copiarlas, pues desea mostrarlas a sus
alumnos en la Universidad.Ese día me encontré con el
sacerdote Ignacio Campos quien asistía a los pacientes en la
Unidad de Tratamiento Intensivo del Hospital. Le pregunté por
un joven que había ingresado veinte días antes que yo,
con el que nos habíamos saludado sólo una vez con gestos
desde nuestras camas, pues la mayor parte del tiempo lo había
visto inconciente y conectado al respirador mecánico. Me contó
que había fallecido cuando ya me habían dado de alta.
Sus órganos vitales se fueron deteriorando, producto del colapso
que sufrió en un pulmón y que no logró superar.
Esto me consternó mucho pues yo había sobrevivido pese
a tener ambos pulmones colapsados. Lo curioso fue que nunca me conectaron
al respirador artificial. Es posible que pensaran que yo no podría
recuperarme. Sin embargo, el sacerdote recordaba que yo había
salido rápidamente de la UTI y me preguntó que había
pasado conmigo. Cuando le conté lo sucedido estaba tan contento
e impactado que me pidió que le entregara por escrito mi testimonio.
Hace unas noches, leyendo una biografía del Padre, he encontrado
la explicación de todo esto: siendo muy joven al Padre Pío
le sobrevino un resfriado tan fuerte que afectó primero su
pulmón izquierdo y luego terminó dañando en forma
seria ambos pulmones, exactamente lo que a mí me ocurrió,
y pienso que ha sido él mismo quién me trajo su propia
enfermedad para compartirla conmigo, para que juntos pudiéramos
ofrecerla a Dios. He hallado la descripción que hizo en su
diario acerca de su enfermedad y leí con sorpresa como lo descrito
es idéntico a lo que yo padecí, con los mismos síntomas
y dolores que sufrí desde el comienzo hasta el final, sólo
que en mi caso duró algunas semanas y me recuperé completamente.
En esos años, cerca de 1910, no existía la tecnología
adecuada para diagnosticar la enfermedad que sufriría el Padre
toda la vida, pero en mi interior sé que fue una neumonia grave
como la mía. Yo lo sé y el Padre Pío también.
Pero si me trajo su propia enfermedad también me percato lo
distraído o bromista que es: poco más de un mes después
de salir del Hospital, me llegó la cuenta de los gastos ocasionados
en mi estadía y con mucha risa comprendo que la cuenta ¡era
del Padre Pío y que él se había ido sin pagar!...
Parece que este es el sufrimiento que entonces se me había
prometido, pero confío alegre y plenamente en que Dios proveerá...Con
esta maravillosa visita del Padre Pío, que yo llamo el ANTI
MILAGRO, compruebo que Dios se complace más cuando ofrecemos
que cuando pedimos y que en verdad nos regala todo lo que necesitamos,
aunque a veces no lo percibamos así y que el Padre Pío,
en un signo de humildad extrema, ha querido hacer de mí un
instrumento de su inagotable labor.En estos tiempos, en que la Iglesia,
representada por el Papa Juan Pablo II, no es escuchada con atención
y cuando los sacerdotes están siendo muy cuestionados, especialmente
por las graves faltas que han cometido algunos de ellos, he comprendido
que el Padre Pío ha venido a mi encuentro para traerles un
trascendente y bellísimo mensaje. El, fiel a Jesús y
a la Iglesia, siempre ha sufrido por los sacerdotes. Cuando estaba
acá en la tierra oraba y suplicaba a Dios para que no los castigara,
ofreciéndose víctima por todos ellos y por toda la humanidad.
Y Dios, conociendo la sinceridad de sus ruegos, con el corazón
afligido permitió que el demonio lo azotase.Hoy que el Padre
Pío está a las puertas del cielo, esperando entrar hasta
que lo haga el último de sus hijos espirituales, tal como nos
ha prometido con tanta dulzura, tengo la certeza absoluta de que desde
allí, se ha fijado en mi pequeñez y ha puesto en mi
alma el anhelo y la osadía de ofrecer el sufrimiento de la
enfermedad que padecí, su propia enfermedad, imponiendo sus
manos en mi cuerpo para injertarlo en la cruz de Cristo y para agravarme
hasta tal punto de casi perder esta vida terrenal, no sin antes manifestarme
su profunda ternura depositando para siempre en mí el gran
Amor de Dios y la plena confianza en sus designios.El Padre Pío
necesita llegar al corazón de todos los sacerdotes para que
no dejen de anunciar la Vida Eterna, porque Cristo sí resucitó
y está vivo, para que no duden en perseverar en su vocación,
para que no decaigan ni equivoquen el camino, para que no se sientan
solos, abandonados y desprotegidos, porque él, desde la entrada
del cielo, sigue velando e intercediendo por cada uno de ellos, y
quiere decirles que la pureza en el celibato si es posible, porque
él la amó y la vivió y siendo hombre como todos
pudo vencer las tentaciones. Si es posible vivir en obediencia, pobreza
y castidad.La gran obra de este humilde fraile, pero gran sacerdote,
fue crear los Grupos de Oración, a los que invitó a
participar a todos sus hijos espirituales, encargándoles encarecidamente
la misión de orar con insistencia por la Iglesia y por quienes
la conforman, en particular por nuestros sacerdotes, intenciones que
sin saberlo, porque me he enterado sólo hace unos días,
son las mismas por las que pedí cuando recé su novena
en el hospital. Sin duda fue el propio Padre Pío quien me inspiró
a hacerlo, y quien me inspira ahora a pedir que lo acompañemos
suplicando a Dios Padre por las mismas intenciones.Este inesperado
hecho lo he relatado a algunos sacerdotes, religiosas, diáconos,
catequistas y ministros de comunión, y todos se han emocionado
hasta las lágrimas. Llenos de alegría han dado alabanzas
a Dios y me han dicho que lo sucedido más que un milagro ha
sido un mensaje trascendental.Días atrás, una de las
doctoras que me examinó en el hospital, ha escrito para contarme
que leyó el relato y que se ha emocionado mucho porque ella
sabe lo grave que estuve, que vio las radiografías y el informe
interno y que da testimonio de mi milagrosa recuperación. Me
sorprendió que me pidiera rezar al Padre Pío para que
interceda por su papá que está muy enfermo. He visto
como ella que trabaja para la Medicina, una disciplina que en general
es tan reticente de los favores de Dios, acepta humildemente que sólo
EL es TODOPODEROSO... Me ha dicho que gracias a lo que me sucedió
ha recobrado la fe en su Iglesia, mi Iglesia.Un fraile capuchino me
ha dicho que es bueno divulgar lo sucedido entre quienes no traten
de pisotear nuestra fe, pues con todo lo que se ha criticado a la
Iglesia, se necesita conocer estos testimonios. Me ha dicho que él
ve en esto la naturalidad con que lo trascendente se manifiesta en
lo cotidiano y que esta gracia es un regalo que Dios me ha hecho para
que lo viva y disfrute como prueba del inmenso Amor que nos tiene...
NOTA:
Los nombres de los médicos se han reemplazado por sus iniciales,
pues aún no se les ha pedido su autorización para que
aparezcan en este testimonio.